Es patético el espectáculo que ofrece el denominado pueblo
cuando se enfrenta en las calles, medios de comunicación o redes sociales por
cuenta de los debates generados por alguna declaración de Uribe o Santos, o
alguno de sus amigos. Y lo más terrible es que ese pueblo hace eco de
los discursos, cuando de uno y del otro lado, intentan defender la patria,
esa cosa abstracta y sin sentido cuando al momento de definirlo no se sabe a
ciencia cierta a qué conceptos hacer uso o en qué maneras referirse.
Y el pueblo defensor de
no sé qué, concentra sus ataques a la corrupción del uno teniendo como
referente a un corrupto o viceversa. Esto es, que existen personas que
referencien al corrupto de Uribe como un hombre íntegro, intachable, defensor
de la patria, y que existen personas que referencien al corrupto de
Santos como un defensor a ultranza de la paz, o como una especie de misionero
en defensa de la libertad y otras tantas cosas.
Es patético porque los
discursos se hacen tan repetitivos que parece un reguetón. Eso de que los llamados
furibistas quieren destruir la paz del pueblo, que se identifican con
los de la extrema derecha, o que los llamados farc-santistas quieren convertir
al pueblo colombiano en una Venezuela más, que quieren destruir la patria,
etc, etc, no hace sino convertir al pueblo en una especie de perro
adiestrado que siguen los designios de sus respectivos amos.
Y es que fue precisamente
a finales de la década de 1940 y durante los 50s que se llevó a cabo una de las
guerras fratricidas más cruentas que ha vivido el país por cuenta de los mismos
discursos que esgrimen los dos líderes corruptos en la actualidad, es decir, al
presidente corrupto Santos y al expresidente corrupto Uribe. En esa época, el pueblo
se dividió entre el partido liberal y el partido conservador, liderados por
otro par de corruptos, e iniciado por la muerte de otro corrupto.
¿Cuál de todos es más
corrupto? ¿Quién defiende a quién? O, ¿Quién defiende qué? Lo más patético de
todo es que se está repitiendo el mismo espectáculo de mediados del siglo XX.
Unos líderes políticos rodeados de escoltas (hasta para comprar el mercado en
la esquina), con todas las comodidades de príncipes medievales, con mentalidad
medieval, protegiendo siempre intereses de los grupos económicos, viendo cómo
el pueblo se divide y se enfrasca en una guerra de palabras para darse
cuenta luego, que el pobre sigue siendo más pobre y el rico sigue siendo más
rico… y que con guerra o sin ella el establecimiento seguirá igual.