Como neocomunista, es el calificativo que le cabría a Donald Trump. El
cierre de fronteras a un sector social de inmigrantes, aumento de aranceles a
productos importados, disminución de impuestos a las grandes empresas y a
multimillonarios con el hipotético propósito de que estas entidades y
personajes concederán un mayor aumento en el empleo a los norteamericanos, son
algunas de las características del nuevo (con dudosa legitimidad por el asunto
de la intervención rusa en las elecciones) presidente de los EEUU.
El enfrentamiento diplomático
con el gobierno chino, luego con el gobierno japonés, y después, con el
gobierno mexicano, es apenas el inicio de una guerra económica que inicia el
neocomunista Trump, además, porque de manera inaudita, busca una cierta cercanía
con el gobierno ruso, enemigos históricos en el campo miliar y económico. Y,
como toda guerra, habrá victoriosos y derrotados, entonces, la pregunta es,
¿quiénes serán los más perjudicados?
Paradójicamente, el
neocomunismo busca proteger los intereses de los grandes holdings porque simplemente
la globalización también beneficia, guardada las proporciones, a los medianos y
pequeños empresarios. Ahora, ¿Esa guerra económica de Trump
generará más empleo en los EEUU? La reflexión está en los efectos secundarios
de las políticas económicas.
Las
negociaciones de Trump con los empresarios no son tales, sino que, o son una
especie de amenaza a las empresas, o es una especie de soborno a los empresarios.
Los efectos a largo plazo de este neocomunista, que siempre trata a las
personas como si fueran los sirvientes de sus mansiones, es sólo uno. La
devastación económica de los Estados Unidos de América. Para la muestra una
Rusia, un Corea del Norte, una Venezuela… tantas cosas horribles que tienen los
autoritarismos, o en palabras de Hannah Arendt, al referirse a los
totalitarismos.