El estigma contra los llamados oligarcas
(aquellas personas con alto poder adquisitivo) que han dirigido y gobernado las
naciones durante siglos, y aún lo siguen haciendo, en ocasiones ha generado una
desconfianza colectiva que ha sido utilizado por los populistas y demagogos con
el fin de crear un imaginario negativo contra estas personas.
Si bien es cierto que los
oligarcas han tenido fracasos en muchas de sus políticas económicas no ha
significado una destrucción de la sociedad, antes bien, en nombre de la
economía y del muy abusado término de progreso, han podido llevar a cabo
proyectos políticos concernientes a mejorar las relaciones comerciales (para
sus propios intereses por supuesto) y mantener, hasta cierto punto, una
estabilidad social.
Lo contrario ha sucedido
con los líderes populistas y demagogos que se han hecho pasar por
revolucionarios, disfrazados del muy abusado término de socialismo, o cualquier
otro nombre de una pretendida ideología social. Esos líderes políticos han
llevado al desastre, en la mayoría de los casos, a naciones enteras, teniendo
como resultado hambre y humillaciones.
Quizás sea por falta de
experiencia, educación, o lo que sea la falencia que tengan, una persona pobre, sin la debida orientación política (ideológica
si se quiere), no puede más sino concentrar odios sociales y aprovechar el
momento oportuno para adueñarse del poder y comenzar con los revanchismos, a
decir de los sociólogos, añadiendo a las terribles persecuciones y mala
propaganda de odio irracional contra los pobres oligarcas, la esclavitud,
que generalmente se asumen de diferentes formas, y opresión hacia la población
más vulnerable, humilde, la gente trabajadora, y a la población en general.
¿Resultado? Una vez que
los demagogos asumen el poder, muestran una capacidad, casi innata, no de
gobernar, sino que destruir el establecimiento social y las instituciones
democráticas con el fin de mantener el statu quo que nunca tuvieron en sus vidas,
demasiado tarde para la población que ven un acto de traición de aquellos que
vieron como una especie de salvadores no se sabe de qué.
Entonces, llegan las
manifestaciones, las muertes también, para pedir un cambio, con la esperanza de
restablecer ese orden que le hicieron odiar, pero que hace falta. Como los
monarcas en la edad media, cuando se atrevían a expulsar a ciertos sectores sociales,
como banqueros y comerciantes para luego volverlos a llamar, porque se daban
cuenta de la necesidad de ellos, simplemente para que los grupos sociales, en
torno a la economía, pudiera funcionar.
Los oligarcas también
tienen derechos, como los tiene cualquiera, y uno de ellos es el derecho a
gobernar sin que sean estigmatizados por el poder adquisitivo que tienen. La
natural tendencia de inventarse un enemigo para atribuirles los males de una
nación, debería ser la de culpar a la población por elevar al poder a líderes
resentidos. La reflexión entonces, es reivindicar a los oligarcas como uno más
entre los demás.